miércoles, 19 de agosto de 2009

CATARSIS / Coronel Maximiliano Rodríguez

Lo siguiente es la transcripción de un discurso pronunciado por el Licenciado Enrique Loyo Ordaz el 15 de agosto de 2009 para rendir homenaje a mi tatarabuelo quien murió en 1914 luchando contra la dictadura en Venezuela.

Enrique Loyo Ordaz es mi primo en tercer grado, Licenciado en Educación y descendiente del Coronel Maximiliano.

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HOMENAJE A ESTE "HEROE SIN ESTATUA " MAXIMILIANO RODRIGUEZ
Bienvenidos a esta sesión solemne de la memoria, porque la memoria es el mejor patrimonio de todo hombre y toda mujer sobre esta tierra. Bienvenidos los descendientes en tercera o cuarta generación y los hijos de sus hijos de nuestro insigne militar de la continua Guerra Federal en sus últimas estribaciones y que aún tiene sus ribetes y resonancias, el Coronel de campo Don Maximiliano Rodríguez Pérez de grata recordación en el seno de las familias Rodríguez Alvarado, Rodríguez Meléndez y Ordaz Rodríguez. Bienvenidos quienes queremos conocer y conversar la memoria de un soldado de la patria, al que deseamos ardorosamente encender una lámpara votiva, como aquella que flamea en el Campo de Carabobo, que permanece viva para rendir homenaje al “SOLDADO DESCONOCIDO”, es decir, para aquellos héroes del silencio, que nunca reclamaron una estatua, un busto, o un arco del triunfo, pero que dieron generosamente su sangre por la restauración de la patria, la cual venia carcomida por la inquina, la montonera, el caudillismo, el desorden, la anarquía, la quiebra, el país vuelto un latifundio de unos cuantos, frente a un panorama de pobreza total en todo el territorio nacional.

Es preciso que nos ubiquemos en el final del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX para entender las luchas continuas por el poder. Esto era el petróleo antes de descubrir el petróleo. Luchas que no se quedaron en Caracas, sino que plagaron a todo el país en forma de montoneras como las del Mocho Hernández, tan familiares a nuestros oídos; traiciones, guerrillas, asonadas, golpes de estado… Estas cosas en Venezuela son como los estanques. Si tú lanzas una piedrita, hay revoluciones en el agua, desde la más pequeña hasta la más grande; así como estamos lanzando esta pequeña memoria para que vengan las grandes memorias. Todo se va conectando, como nuestras familias. Las memorias tienen familias y dolientes. Esa conexión jamás se perdido y jamás se perderá.
Hoy estamos alrededor del abuelo, como se le dice ya cariñosamente. Maximiliano, mártir de la pequeña patria de esta sierra, existe en el corazón y sobre todo en la fábula, en esa bella costumbre de la conversación, en esa inquietud de los primos por saber del abuelo y sólo conocen la espada; que primero fue juguete y después un símbolo de la familia…

La oralidad es también un documento. Cuando alguien te echa un cuento, te coloca en otra dimensión y ya el protagonista y los personajes del cuento tienen una realidad, una existencia, que se queda con nosotros toda la vida. Yo le decía a Orlando, recientemente, que no necesariamente un documento garantiza la existencia de un ser humano, y mucho menos si se trata de un héroe que hasta ahora nos ha mantenido en vilo, porque existió, existe y no tenemos un documento probatorio cercano… pero yo si me acuerdo que en 1945, mas o menos, presencié un homenaje, o un rezo, alrededor de la tumba de Maximiliano Rodríguez. Era una fiesta bonita… las mujeres con trajes largos multicolores, los hombres de sombrero y vestiduras blancas. Reinaldo y otros de a caballo. Cintas en los patios. Música de violines… y sirvieron la comida sobre hojas de cambur y todo el mundo se sentó con suma religiosidad a comer. Era un homenaje a ese héroe enterrado en la cumbre…

El Coronel Rodríguez se llevo en la memoria todos los combates, todos los sitios, sus compañeros y sus generales de campo. Oía de la debilidad del Presidente Andrade y como la gente le puso en bandeja de plata el gobierno a Cipriano Castro, “El Cabito”. Escuchó “el grito de Coro” de Salaverría y las audacias de Juan Crisóstomo Falcón por instaurar un gobierno federado descentralizado. Pero también de los abusos de los pequeños gobernadores que creían a los estados un fundo de su propiedad. Oyó de las revoluciones. La libertadora del banquero caraqueño Manuel Matos para salir de Cipriano Castro. De la Revolución Azul y de cómo se coló por los palos Juan Vicente Gómez para hacerse de Venezuela su hacienda por 27 años.

Estoy seguro de que Maximiliano Rodríguez batallo por los liberales; sin embargo, sintió la muerte de Joaquín Crespo, derrotado en la hacienda de Queipa en el Estado Carabobo, quien dirigía un ejercito andradista de los conservadores. Le sacudió el corazón la montonera del Mocho Hernández, que perdió 600 hombres en el combate de Churuguara el 5 de junio de 1898, derrotado por Antonio Fernández, quien fuera Ministro de Guerra de Andrade. El resto de la gente del Mocho quedó dispersa por estos lares y montes. Preso varias veces y fugitivo otras tantas, incluso el día de las elecciones para la presidencia donde el era candidato de arrastre… Aparte, hay que decir que Crespo fue uno de los personajes más influyentes en la política venezolana de los últimos veinte años del siglo XIX.

Quien sabe si no fue el mismo Maximiliano Rodríguez, integrante del ejército triunfador que llegó a Caracas, como coronamiento glorioso de la invasión de los andinos, quien le regaló una foto de Joaquín Crespo a Mama Chepita, que era la que Tía Josefina veía en el fondo del baúl cuado ella lo abría. Esta foto estaba celosamente guardada porque la misma se encontraba autografiada por Crespo, de su puño y letra y dedicada al General Vicente Rodríguez, padre de Maximiliano (testimonio fehaciente de tía Josefina)


Aquí manejamos fábula y realidad. Esta tierra la pisaron y la cultivaron sus hijos. Mejor prueba no podemos tener, ni mejores testimonios de sus hazañas. Los cuentos de Tío Pedro, Tío Chindo, Tío Gregorio Mama Chepita y una niña de temprana muerte: Teresa. (Posiblemente de allí venga el primer nombre de mi tía Josefina) Ahora mismo deben estar reunidos con el abuelo.

Los grados se recibían en el campo de batalla, después de una escaramuza. El Abuelo estuvo en muchos lugares, por esos días había que huir mucho porque las fuerzas del gobierno asolaban las regiones. Venezuela era un solo campo de combate. El egoísmo, casi como decir “el gomecismo”, no dejaba sentar cabeza. Militares, como el abuelo, de perpetua fuga, dormían con un ojo cerrado y otro abierto. Cargaban con la familia como quien lleva un sartén caliente que no se consigue donde poner y así mismo con la Patria. En esta angustia, al lado de un deseo de libertad, pensando en una patria mejor, siempre preparado para la muerte, Maximiliano pudo sostener una familia, a la que solo podía visitar de noche, una familia digna, respetuosa, de la solidaridad entre los hermanos, herencia que vemos y de la que tenemos evidencia en esta pequeña pero inolvidable reunión de familia, bendecida por la asamblea de Dios, mediante el santo sacrificio de la misa, hoy día de Nuestra Señora de la Asunción, Patrona del pueblo. Su familia vivió en Maparari, trabajaba en la hacienda del “Paraguay” en los ratos en que no estaba ocupado en un combate o huyendo.

Esta convocatoria de fe en nuestros propios héroes, esta reunión de la memoria de la familia, sugieren de por sí el dejar constancia visible de lo que se celebra, un documento físico fehaciente de lo que significa y simboliza este acto; porque la historia es exigente con nosotros, para no condenarnos en la memoria de nuestros hijos y nietos, debe producirse una conversación, posterior a este acto, donde se trate de la memoria del abuelo. Hasta ahora, sólo había servido la cruz como referencia. Debe haber más que un simple recuerdo. Hay que seguir buscando, porque la inquietud de los corazones aquí presentes no tiene aún una respuesta contundente y definitiva. El abuelo, hasta ahora, ha sido un sueño, una fábula, un cuento. Falta un documento de registro de la realidad, que hasta el momento es etérea, pero no por eso menos cierta y real. Hasta ahora es un personaje de novela. Hay que volver a levantar del sueño la espada, como hicieron los muchachos, armarla y encofrarla tal como lo hizo Tista, y seguir la trayectoria silenciosa de ese testigo mudo de luchas y andanzas del Abuelo… para que descanse en paz.

No nos preocupemos si el Abuelo aparece o no en las páginas de la historia oficial. Hay miles de historias familiares que tienen su santo y su héroe, las cuales no necesitan estar en un altar o en un panteón para nutrir y enriquecer la memoria de los pueblos. Un solo grano de azúcar no tiene capacidad para endulzar, pero es azúcar. La memoria colectiva de todos ustedes sí es un montoncito de azúcar.

La memoria colectiva es la historia local, la que todavía no se ha escrito, pero es tal vez, mucho más real y fascinante que la escrita. Los nutrientes de la tierra no se ven y ustedes lo saben, pero se evidencian en los frutos. ¿A qué se debe esta feliz convocatoria?. A este nutriente del abuelo, a la formación de unos hijos, de los cuales nos sentimos orgullosos, porque fueron nuestros padres y primeros educadores. Yo tengo una imagen preciosa y un sentimiento amoroso por mi Tío Gregorio al igual que lo siento por Tío Chindo, Tío Pedro y por supuesto, por Mamá Chepita… nuestro señor Jesucristo dijo; “Por sus frutos los conoceréis”, esta es una lógica elemental. Y mas adelante dijo; “De la abundancia del corazón habla la boca” y si ustedes, cada vez que los encuentro, me hablan del abuelo, es porque el abuelo está en sus corazones. Me atrevo a decir que él está muerto en esta tumba, pero vivo en el corazón de ustedes.


Estos señores del pasado, entre ellos nuestro Maximiliano, sin haber tenido título de maestros, tuvieron más pedagogía que muchos maestros titulados. Tuvieron como centro la pedagogía del amor, que es la más difícil. Pero nos enseñaron a querer a la familia, a querer la casa, a querer las cosas de nuestros antepasados. Un baúl, un sombrero, una silla, un bozal, un estribo, una espada, una aguja, son objetos importantísimos para la afectividad y para nuestra salud emocional. A nosotros, que nos han enseñado una lista de cosas importantes en la vida y en la profesión, resulta que la tal importancia no alcanza a curar la herida que nos deja el perder cosita de éstas, de la casa. Nada más importante que la memoria amorosa por estos héroes anónimos que viven en nuestros hogares. Hoy lo estamos palpando en esta sencilla reunión.

Maximiliano murió perseguido por una causa, no por vagabundo, murió en el camino de cacería, no enchinchorrado en la casa. Murió fuera de casa, no escondido por miedo. Murió con las botas puestas y no de muerte natural. Guardó una espada, no un pañuelo para secarse las lagrimas. Un día aciago, un 3 de Agosto, primer lunes de Agosto, cuando siempre pasa una mala hora, un divertido y experto cazador, como Maximiliano, decide cazar una pavita de monte, a la que seguía por el canto, acompañado por una perrita (que latió en mala hora), sucediendo lo impredecible; un solo disparo en la soledad. Nunca hay una muerte anunciada para los héroes. Su gente oye el disparo y dice que cayó la pavita. Pasan las horas y el abuelo no regresa… Fueron a buscarle y estaba tirado en el suelo, desangrado. Una emboscada, así se sale de los hombres valientes, nunca de frente. Muere un agosto, que siempre tiene lutos imprevistos.

Hay que sentarse en estas soledades a pensar qué es lo importante: el riesgo o la comodidad, tal vez como lo pensaría el abuelo en la huida, en medio del peligro, habiendo dejado familia y propiedades, tras la libertad y la paz de un país que llevaba en el corazón. Un país no es una confrontación de ideas; es un sueño por los hijos para que sean libres y felices. Hay que sentarse en estas soledades. No tengo mas palabras para enaltecer este monumento que para mí significa el encuentro de este colectivo familiar de identidad Maximiliana, quiero recordarles aquí lo que una vez oí decir a un gran sacerdote: “Nuestros muertos son nuestros primeros santos”

Hemos iniciado un camino. Ya el rasgo de la vereda estaba hecho. En todos estos años flotaba levemente la memoria del abuelo en el seno de la familia. Había como mucha timidez en conversar sobre el Coronel Maximiliano Rodríguez. Tal vez cada quien tenía su idea sobre él y no hubo una comunicación relevante entre los hermanos; o bien, la semilla no había encontrado aún la buena tierra para reventar… Además, todo el mundo tuvo que dispersarse para buscar trabajo en las prominentes zonas de Paraguaná, Valencia, Oriente y solo nos topábamos en alguna semana santa, un carnaval o un diciembre y no había tiempo sino para el calor de la casa, a la que regresábamos solo en estas fechas. Ahora, desde cierto tiempo para acá, ha florecido la idea de investigar sobre la vida de este Abuelo y la importancia que tiene saber del familiar cercano que participó en luchas y tuvo protagonismos en la dura factura de esta patria grande que es Venezuela.

Para hacer hay que recordar. Nuestros seres tienen raíces y fundamentos en un pasado glorioso. Para construir hay que echar las bases. La familia y sus caminos se deben a la familia y a los caminos que eligieron nuestros padres. La construcción del bien, a partir de los valores universales, tiene origen y asiento en el bien y los valores que eligieron nuestros padres. Si los defraudamos no es culpa de ellos. Tendríamos que responderles a nuestros hijos y nietos de los desvíos del camino. Esto lo digo, aunque no hace falta en este escenario, pero siempre es necesaria una advertencia de un padre de familia como lo soy yo. Amar es, sobre todo, proteger. Y los hijos tienen mejor oído que nosotros. Además, nos pueden y nos deben dar lecciones… Estas cosas maravillosas surgen, precisamente, por la interconexión continua padres-hijos, lo cual garantiza la realización de una familia.

Sería importante escuchar de uno de los hijos o hijas, la expectativa que han tenido de este acto, al que considero sagrado, aquí a nadie le van a sobrar palabras, y creo que, mucho menos, le faltaran. La espontaneidad manifiesta en esta realización, en esta convocatoria, nos muestra el valor eximido de la familiaridad. Reunirnos alrededor de un personaje que no conocimos sino por palabras oídas y por el empeño de nuestros antecesores, significa el milagro del encuentro. Hoy, hemos ganado el día, hoy hemos renovado la sangre en las venas.

Nuestros hijos, profesionales o en vía, poseen extraordinarios recursos para la investigación. Podríamos confiarles parte de nuestro compromiso con la memoria de l abuelo. Es cuestión de que ellos tengan Fe en lo que nosotros hacemos y proponemos, pero debe privar la espontaneidad y no la obligatoriedad para que su trabajo tenga el perfume de la autenticidad.

Cuando uno va a recoger los peroles porque ha terminado el trabajo, siempre hecha una miradita para atrás, entonces, aquí queda de pie Maximiliano Rodríguez, con las prendas completitas de su historia. No dejemos que vuelva a acostarse en el olvido, porque nos va a seguir faltando un eslabón de una familia que se ha distinguido por el trabajo, la honestidad, la generosidad y el empeño plural de ser la digna familia que hasta ahora ha sido. Tenemos de donde alimentar el futuro de esos hijos que esperan de nosotros siempre la mejor palabra; tan sagrada como nuestra bendición.

Quiero exaltar el empeño de mis primos que hicieron una devoción de este primer Maximiliano de la familia. De hecho, Hemos conocido este nombre en varios descendientes y esto es una prueba de lo sagrado de su nombre. El abuelo ha pasado a ser vida más allá de la muerte. Si habláramos de música, el abuelo ha pasado a ser un clásico de la familia. Yo también puedo decir que mis Tíos maternos y mi abuelita son mis héroes personales, mis clásicos personales; y así lo dicen también mis hermanos.

Con este homenaje estamos tocando el tema más importante de la patria; la reconstrucción de la familia como célula fundamental de la sociedad. Este es el proyecto más grande que tiene el gobierno entre manos. Lo que estamos haciendo expresa la voluntad de reconstrucción de una historia local, mediante una real y efectiva participación. Esta es la mano que necesita el gobierno que está buscando una salida, no sólo de la crisis financiera, sino de la crisis afectiva de nuestra sociedad. Por esto decía anteriormente, que un país no es una confrontación de ideas u opiniones. Es algo más allá, algo más trascendente. Imagínense si en este momento en todo el país se estuviese reuniendo la gente alrededor de la memoria de un abuelo. Habría paz y tranquilidad en todo el país; así de sencillo. Nuestros abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, también fueron políticos pero había respeto por el adversario. Pelearon cuando hubo que pelear y se quedaron quietos cuando había que quedarse quieto. Respeto al enemigo, aun siendo enemigo. Había honorabilidad, de la que carecemos hoy en día.

Quien sabe si es el espíritu del abuelo el que nos está dando hoy la lección del siglo. Este es un proceso de enseñanza-aprendizaje que se ha establecido entre nuestros muertos y nuestros vivos. No es un simple azar. No es una casualidad, no es un juego. Es una energía espiritual y moral inducida por la fe, colmada por esperanza y promovida por el amor. La presencia del abuelo es tan real, que estamos parados aquí, bajo el mismo sol, o la misma lluvia que lo aprojimó al monte y hoy ha querido repetirnos sus enseñanzas sobre la vida. Hoy es día de revisar la tarea, corregir los errores y continuar dando esa lección de entrega y de lealtad por ese ideal santo de la patria.

Consultemos la espada que fue de su padre, el General de campo Don Vicente Rodríguez. Consultemos a los viejos del pueblo, especialmente a los que oyeron los testimonios de Don Cruz loaiza, padre de nuestro querido Rómulo Loaiza quien a su vez, es abuelo de nuestro alcalde, y a otra gente que se ha ido al centro del país, ya que sus cuentos nos muestran que todo lo que hemos registrado nada sobre los honores del abuelo, sus luchas, sus grados, sus glorias, dentro del terrible panorama del gomecismo en Venezuela; la Venezuela de La Rotunda, la cárcel trasandina, la del exilio de los grandes intelectuales, la del latifundio aun enquistado en nuestra cultura; la Venezuela de los compadres del general Gómez.

Tenemos mucho que oír y que leer para ser útiles y servir a esta patria de Bolívar, la misma que lo desterró, la que lo mandó al exilio y a morir en la pobreza, abandonado de sus Generales y sus amigos con el corazón desecho por la pérdida de La Gran Colombia. Estos héroes, como Maximiliano Rodríguez, corrieron una suerte parecida, no murieron en brazos de una madre, una esposa o un hijo. Murieron terriblemente solos. Este fue el precio que les costó la patria. Sin embargo, por estas razones paradójicas de la vida, Venezuela es un suelo fecundo para sus próximos héroes. Siendo así, Venezuela se reconstruye desde sí misma, como el Ave fénix.

Los ejemplos están dados. Los valores están expuestos, los tomamos o los dejamos.

Muchas gracias.


Mas de 200 descendentes del Coronel Maximiliano visitan su tumba para rendirle homenaje (falté yo porque estaba muy lejos, pero con este blog quiero contribuir a su divulgación)